26 de abril de 1842.
Dice el Señor:
1. ¡Yo te digo que este costoso médico le dará poca sanación a tu esposa, porque Yo nunca suelo bendecir los trabajos de las personas que son adictas al dinero, al mundo y a la fama!
2. Si tu esposa hubiera confiado más en Mí y hubiera seguido siendo obediente, ya hubiera mejorado hace mucho tiempo. Pero como ella no presta atención a esto, ¡es entonces necesario que también experimente y sienta la ayuda que ofrece el mundo!
Por eso, mientras alguien esté en los brazos protectores del mundo, Yo no puedo y no debo entregarle los Míos. Porque, por ejemplo, si Yo quiero untar o ungir el cuerpo de alguien con el Aceite Balsámico más curativo, pero luego se lava con el agua de la alcantarilla y come un bodrio mundano con nombre en latín, ¿cómo va a mejorar este hijo Mío?
3. ¡Pero Yo te digo, si ella toma un buen emplasto de resina y lo coloca en Mi Nombre, una parte sobre las plantas de los pies, luego otra sobre las pantorrillas, luego sobre la columna vertebral, luego sobre el cuello y luego sobre el estómago, todo esto al mismo tiempo y beba agua fresca y coma una comida sencilla y buena que no sea demasiado grasienta y no demasiada consistente, como sémola de maíz en caldo de carne fresca y algo de carne con condimentación suave, ya, hace mucho tiempo, estaría más sana que a través de todo ese bodrio diabólico de nombre en latín!
4. Pero si tiene que someterse a un médico porque el mundo así lo prescribe, entonces ¡que se quede con el primer médico, el más entrado en años, pero no con aquel que primero necesita experimentar en ella, qué medicamentos funcionan y cuales no! Amén.